Aprender a escribir chapuzas en el después…

Mi ex-cuñada Eva me mandó por Facebook un enlace de Malasmadres #merceserreconocida #ellascuentan2021, de mujeres, madres e hijas, que, entre otras cosas, cuentan sus vivencias con el cáncer. Sin duda, mi linda Evita piensa que yo puedo aportar algo. Pero yo no soy ni madre,ni novia, ni esposa, y ya ni hija. Ni siquiera siento tener mérito profesional. Cuando me voy a esas páginas, intento buscar dónde encajo y no lo encuentro. Excepto en lo del cáncer y en la necesidad de compartir. Así que vuelvo a compartir. Aunque sean chapuzas. Y a mi manera.

Dejé de compartir. Hace algún tiempo, mi amigo Tomás me dijo que parecía que escribía para vengarme y para buscar clics. Con dolor, acepté la crítica y vagamente intenté justificarme. Después, en mi solitaria burbuja, busqué en mis entrañas la razón de mi exhibicionismo. Yo ya escribía antes que de existiesen los clics, también pintaba sentimientos antes que existiesen los clics.

Con el enlace que me mandó Eva me reafirmé en mis razones. No soy la única que lo hace. Las redes están llenas de momentos, la mayoría muy falsos, seamos francos. Los míos suelen ser poco diplomáticos y rayan el escupitajo literario. Hasta en ocasiones ni quedo muy bien parada con el autoretrato. Pero ni soy influencer, ni me pagan por ello, así que escribo lo que me venga en gana y viene a leer al que le apetece. Este es mi reino, no existe democracia, y aquí mando yo.

El caso es que sé el porqué lo hacemos: por la necesidad de ser escuchados, de compañía, de compartir, de existir, de ser visible, e incluso de la pataleta. Da pena verbalizarlo, pero esta es la verdad.

Y esa es la razón de mis blogs. Lo que siento, lo escribo y lo que escribo, lo comparto, por muy ridículo que sea. Y lo hago… supongo, por dejar de sentirme tan invisible, por sentir compañía. Por dejar a un lado un poquito el disfraz y mostrar algo de mi autenticidad, por muy banal que sea. Repito… supongo. El caso es que Tomás me dió su opinión y dejé de escribir, porque eso de ser ‘malagente’ y vengarme tampoco es de recibo ¿No les parece? Que importante son, a veces, las opiniones de los amigos.

Pues eso. Dejé. Dejé de bailar, dejé de cantar, dejé de pintar, dejé de trastear, dejé de idear, dejé de soñar. Dejé de escribir. O más bien, dejé de compartir. Terminé el tratamiento y También dejé de mostrarme. Me escondí. Me daba pánico mostrarme. Y más miedo me daba que alguien supiera en qué, cómo, cuándo y dónde estaba yo. Como si a alguien le importara ¡Ay!

Y es que lo que he aprendido en todos estos años es que todas somos nosotras y nuestras circunstancias. Y si éstas no acompañan con una pizquita de bonanza ¡Cuánta pupita podemos hacer por el camino! La primera yo. Pues bien, con lo jodida que estaba, si me iba encontrando por ahí a gente con malas circunstancias, sabía que no tendría fuerzas para protegerme. Así que me escondí en mi casa como una cucaracha en la oscuridad en los días de calufa.

Por eso y otros traumas llevo tiempo deshaciendo nudos emocionales con una psicóloga. Con mucha paciencia está tratando de darme herramientas que me ayuden a caminar por el mundo con mi vulnerabilidad. Es que como yo soy una gran cabezota y pienso que soy más lista que el mundo, me escondo de él, porque el muy hijo puta me puede hacer mucho daño ahora que estoy tan cobarde. Y es que esto no me lo esperaba. El después del cáncer… Mi psicóloga dice que de eso no se habla, de después del cáncer…

Dicen que bla, bla, bla mucho del cáncer. Pues yo he tenido que ser muy sorda, o pasar bastante de él hasta que me ha tocado de lleno. La cuestión es que no te importa hasta que te toca y después tienes clarísimo que te acompaña toda la vida. No sé si se habla mucho del cáncer. Lo que sí sé es aquello de lo que no se habla sobre el cáncer. Y creo que no se hace por pudor. Por no incomodar. Puede que algún día, cuando esté más ágil, lo haga yo. Veremos.

Lo que importa ahora es que aquí ando a duras penas intentando aprender de repente a ser otra persona, por culpa o gracias al cáncer.

El cáncer y su tratamiento te lo jode todo. Absolutamente todo. Y cuando terminas el tratamiento, el resultado de tu estado físico y mental depende de muchos factores: de la gravedad de la enfermedad; de la dureza del tratamiento; de ti; de tus circunstancias; de tu pasado y de tu forma de vida. La fortuna tiene que ver, no solo la fortaleza personal o mental. La autenticidad y solidez de lo que te rodea también tiene mucho que ver. Si los cimientos no son sólidos estás jodida y bien jodida. Los míos, señoras, estaban construidos con una mezcolanza de lazos de sangre, lealtad pura, cariño dignificado, amistades podridas, falsos arropes, traiciones inesperadas y viñetas de cómics, así que ya podemos imaginar un poquito el después…

Para que nos vamos a engañar, mi pasado es jodido, mis circunstancias no son confortables y mi forma de vida no es saludable. No me hago la víctima. Cuento unos hechos. Circunstancias. Las mías, señoras. Mi realidad. Unos capítulos de mi vida son fortuitos, algunos están basados en instinto de supervivencia, y otros, en decisiones propias irresponsables e infantiles. A esto añádele unos servicios públicos deficientes, por muy en las nubes que se pongan, y prejuicios sociales hipócritas con los que convivimos y cargamos todos los días, todas las mujeres. ¡Tachán! Y aquí estamos, en el después…

Eso pretendo con esto. Aprender a caminar en el después…

Mostrar la vulnerabilidad es peligroso, pero a la vez te fortalece y yo necesito fortalecerme. Necesito mi propia vía de escape. Esta fue la mía durante un tiempo y, por muy tonta que sea, funcionó en su momento. Sé que es peligrosa porque es íntima y mostrar la intimidad te hace ser más vulnerable y, precisamente eso es lo que me asusta, pero puede que sea lo tenga que hacer para dejar de tener miedo y salir fortalecida. Que retorcido y contradictorio ¿Verdad?

Me cuesta, porque la quimio lo quema todo, hasta las neuronas, y ha tenido la capacidad de ralentizar mis pensamientos, tanto como mis pasos y mis movimientos, y estrangular mi creatividad hasta dejarla aprisionada en mi mente. Tiene las ideas haciendo ruido constante las 24 horas del día en el cerebro dando vueltas como en una lavadora estropeada, y ni siquiera centrifuga bien.

Del cáncer he aprendido mucho. Yo ya no soy la misma. No volveré a serlo. Ni quiero serlo. Había cosas muy buenas de aquella otra L., y otras horribles, que me torturaban y torturan. Esa L. siempre estaba triste y su tristeza la trasladaba en rabia, porque la rabia, señores, está más aceptada en esta nuestra sociedad, da menos miedo que las lágrimas. Esa rabia me hacía ser en ocasiones ‘malagente’. Pero les digo una cosa, señoras, el buenismo también está sobrevalorado, así que andense con cuidao.

Ahora simplemente estoy triste, y lloro mucho. Saben qué: que tengo derecho a la pataleta me dure lo que me dure, porque entre malas decisiones, tropiezos inútiles y otras cosas, también he tenido mala suerte. Y a Tomás le digo, que no cariño, que no es venganza, que es mi derecho a la pataleta y que lo hago en mi reinado, y al que no le guste que no venga a visitarlo.

Y aquellos que me dicen que no me queje, que he tenido mucha suerte porque he sobrevivido a un cáncer, perdonenme, señores míos, señoras mías, y se los digo sin rabia, solo con tristeza: ¡Váyanse al carajo! No se me ofendan, por favor.

Hoy se lo dedico a mi excuñada, mi gran amiga, Eva Vera, que no nos hemos ido a desayunar, pero a cambio me ha tentado a escribir, por ahora y por culpa de la quimio, chapuzas.

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