Llevo nueve chutes. Así llamo yo a las sesiones de quimio: Chutes. Dicen que los que vivo ahora son los ‘chutes buenos’. He experimentado cinco de los buenos y todavía me faltan siete. El adjetivo es una falacia. Dicen que cada uno lo siente de una manera y que cada cuerpo y mente padece unos síntomas más que otros. A mí el ‘chute bueno’ me está hundiendo. No me da respiro para recuperarme. A cada segundo me recuerda que tengo cáncer y, como limosna, solo me deja vivir un día a la semana.
Ya llevo seis meses en este ‘momento vital’. A esto se unen los dos años que me encontraba tan cansada, tan enferma, tan poco yo, que casi me vuelven loca. Así que son dos años y medio de tortuoso momento vital.
Mi prima Ele, la Bruja -la que tiene ocho meses más que yo- dice que estos momentos de la vida son lecciones para que aprendamos. Cada vez creo más en sus palabras porque sin duda yo estoy aprendiendo a cada segundo. Es una manera muy cruel de aprender.
La verdad, y lo digo sin sentimiento autocompasivo, más bien con la mirada de ‘esto me ha tocado’, es que siempre he tenido que aprender a base de grandiosos bofetones.
Y sigo aprendiendo mientras me acaricio las mejillas coloradas. Me pregunto si otros aprenderán tan bien como yo de sus propias lecciones. Me pregunto si el TristeCatavinos estará aprendiendo ahora de su propia dura lección. Espero que sí por el bien de los suyos.
En este momento mío vital me he convertido en la mala de la película para mucha gente. Gente a la que quise y que, gracias a su ausencia, supongo dejaré de querer. Mucha ausencia y muchos ‘cuenta conmigo’ tremendamente vacíos me he encontrado en estos seis meses. Muchos mensajes repetidos que ya no me creo. Y muchos plantones que me han dejado mirando al techo y me han entristecido el ánimo.
En este momento mío vital la gente me pide que la entienda, y no dejo de hacerlo, pero eso no quiere decir que la acepte. Gente muy querida me dice que le hago daño sin profundizar en las razones de por qué se siente dañada por mí. Puede que piense que es una mala manía que he adquirido con el cáncer.
En estos seis meses míos de tortura. Seis meses que intento no caer. Seis meses que resisto al dolor físico, a la realidad que me ha tocado, a mi amiga la Soledad, que no se ha permitido la baja por enfermedad. Estos seis meses que puedo estar 48 horas tumbada en un sofá sin llamar a los míos para dejarles respirar. En estos seis meses que selecciono las llamadas para no agotar mis oídos, para no agotar a los de otros. En estos seis meses que convierten mi rostro en una imagen que no conozco. En este seis meses he recibido mensajes sin parar de almas que quise, que sigo queriendo, para decirme lo ocupadas que están para verme, para estar conmigo. En estos seis meses me topo con horas vacías esperando citas acordadas que ni llaman para decir que lo improvisto le han impedido venir, que ni tienen tiempo para disculparse por la falta de presencia acordada. En estos seis meses no paro de sentir, observar y padecer las miserias de otros, que convierten en ofensas mías.
En estos seis meses he recibido frases que se tatúan en mi cerebro de personas que a saber cómo vivirían ellos este momento vital mío. Que si estoy gorda, que si estoy guapa, que no esté así, que coma menos, que camine más, que no están conmigo porque están ocupados, pero que, ‘¡Total!, tengo amigos y familia’. Que ¡Qué bien lo llevo!, que ya me me hundiré, que no me hunda, que descanse, que acepte la frustración, que si salgo a la calle, que no fume, que no beba, que me ponga la mascarilla, que me divierta, que esté tranquila, que tenga paciencia, que ocupe mi tiempo, que llore, que no llore.
Que les llame para decirles cómo estoy. Que vaya a hacerles una visita ya que estoy de vacaciones por enfermedad mortal, Que los fines de semana están ocupados. Que pida lo que necesite, pero que de eso no pueden. Que mis ratitos buenos los eligen ellos. Que están para todo, pero no en este momento. Que piensan en mí en esa vida tan agobiada que tienen. Que están saturados. Que les duele algo en la espalda…
Que les hago daño. También les hago daño… Que les tengo que entender.
En estos seis meses vitales míos han desaparecido personas que les tenía en altísima consideración. Personas que quería a mi lado. Que ni me planteé la duda de que podría contar con ellas. Pero se sienten dañadas por mí y se han colocado en el papel de víctimas de mi cáncer. Y es que les hago daño, dicen.
Ninguna de esas personas ha tocado a mi puerta o llamado a mi teléfono. Han desaparecido y se han instalado en la casilla del ofendido. Y las entiendo. Es más fácil así. Si alguna de esas personas quisiera estar en este momento vital mío, si quisiera hablar conmigo tendría que enfrentarse a su conciencia, y no solo eso, tendría que comportarse diferente.
Si alguna de esas personas volviera a mi vida, tendría que hablar y caminar más lento. Tendría que adaptarse a los momentos en los que yo tengo energía para estar de pie. Tendría que escucharme. Tendría que ayudarme en lo que necesito, no en lo que cree que necesito. Tendría que cumplir con sus compromisos. Tendría que acoplarse a este momento vital mío. Tendría que soportar mis síntomas. Tendría que aprovechar los instantes en los que me dejan respirar. Tendrían que entenderme ellos a mí. Y, a eso, y en esto sí son honestas, ninguna de esas personas quiere, puede o es capaz.
Así que yo sí las entiendo. Pero no las acepto. Y también comprendo que eso duele.
Hoy se los dedico a todas esas personas que no han estado en este momento vital mío, que ya no están en mi vida, y que espero que respeten que en mi muerte sí que no las quiero presente. En ese instante no me hacen falta para nada.