Y por fin he llorado

La Tecla me recomendó una película: ‘La lista de los deseos’. Me dio su contraseña para poder verla. A ella le encantó y cuando la vio pensó en mí. Me queda por saber si la eligió por mí. Va de la vivencia con el Alien (Que así llamó yo al cáncer).

Solo empezar a verla también empecé a llorar. Lloré por mí, porque me vi. Vi desde fuera lo que he vivido y lo que estoy viviendo.

El primer momento que te tocas el pecho.Los siguientes momentos obsesivos que te sigues tocando. Ese dolor de aguja debajo de la axila que te anuncia que pasa algo malo, muy malo. Esos días de después que intentas ignorarlo. Ese miedo.

El momento que te lo anuncian. El momento que ya no puedes ignorar. Esos otros tantos momentos que repites el mensaje a los que tienes cercanos. Que lo haces con soltura, como si nada, como si no fuera nada.

El momento del quirófano. El volver sin una parte de tu cuerpo. El volver con una parte dolorosa, extraña, pesada, con una cicatriz que te cruza ese pecho falso. Las curas, las cancinas curas diarias. El observar el pezón negro. El observar si se reduce la infección. El hinchado dolor.

Las camillas. La del hospital. La del cirujano. Las del quirófano. Las de las curas. La de la capsula del catéter. La de las quimios. El intenso dolor de cuando me insertaron el catéter. Los intensos pinchazos de las anestesias que evitaron más dolor todavía al introducirme ese botón que estará en mi cuerpo con suerte no más de un año.

Los 21 días de gracia. El día del análisis de sangre. El día de la sentencia de quimio sí o quimio no. Las esperas en consultas. El día de la quimio. La impaciencia porque termine.

El pelo. El corte y el otro corte para ir adaptándome. El cambio de color para acostumbrarme a cambiar y cambiar. La pelusa. La repentina caída. Los huecos vacíos. El dolor físico. El dolor de «esto es real» reflejado en tu calva. El renunciar al coqueteo, a tu imagen. El desagüe tupido por el pelo.

Las cremas y aceites para que la piel no se caiga a cachos. Los medicamentos para soportar las mil y unas llagas de la boca, la lengua, la garganta. Los anestésicos para el dolor. El jarabe para las nauseas. Los vahídos sin motivo. El dolor de tripas. La malformación de cuerpo provocada por la cortisona. Los pañuelos y gorros pa’ arriba y pa’ abajo por los calores y fríos. El olor de tu cuerpo que no reconoces como tuyo.

Los peos sonoros, enormes, constantes e indignantes, productos del aire que tienes dentro. Regalo de la cortisona.

Y ese morir repentino que lo llaman astenia. Ese cansancio que te impide vivir hasta durmiendo. Ese puto come energía.

Y el dinero que se va en cremas necesarias pero pa’ ricos. En pañuelos pa’ enfermos, pero ricos, en remedios pa’ jodidos, pero ricos. En aparcamientos de hospitales públicos que parecen pa’ ricos. En meditación, acupuntura, fisioterapia, remedios, remedios pa’ llevarlo mejor.

Y queda camino. Volver a repetir otra quimio. La radio. Otra vez el quirófano. La menopausia provocada. Saber si funcionará. Si no se reproducirá. Si no decaeré. Si no enfermaré de otra cosa… del covid.. Si no me arruinaré. Si no moriré. En fin, muchos si no…

Hoy es el primer día desde que empezó todo aquel 8 de octubre que he llorado con conciencia. Con la observación de lo que he vivido. De lo que voy a vivir.

Pero lo que más lágrimas me ha soltado. Lo peor de todo, lo peor de todo. Y todo esto es mucho. Lo peor ha sido sentir la crueldad de esa gente que me ha demostrado que consideran que su vida vale más que la mía. No igual, sino más.

De aquella que decidió como tenía que vivir yo el cáncer de lunes a viernes. Los fines de semana se tomaba vacaciones. De aquella que me decía lo que podía o no podía decir en mi situación. De aquella que decidió que sus sentimientos me los tenía que largar porque importaban más que mi salud. De aquella que se vengaba con intención notoriamente y en público de agravios que se inventaba y alargaba en el tiempo. De aquella que me daba consejos y sermones sin yo pedírselos. De aquellos que llaman y llaman y llaman, pero nunca están. De aquellos de… ‘y nunca más se supo’.

De aquel que invadió mi vida sin miramientos para aprovechar las circunstancias y adsorber mi casa, mi perro, mis pensamientos, mi palabra, mis gestos, mis actos y mi vida con el ánimo de acomodarlo a su comodidad. Este fue el peor y el más miserable. Que el pobre, no sin rabia, seguro, dice por ahí que yo le dejé, porque sería vergonzoso para moral ajena decir que él dejó a una persona con cáncer. Pero ya aseguro yo que más vergonzosa fue su deplorable actitud.

A todos ellos los he echado de mi vida y no los quiero en la segunda. Clarito lo tengo.

Porque son crueles, son soberbios, son egoístas, son egocéntricos hasta llegar a lo ridículo, y porque no merecen formar parte de mi vida.

Porque no tienen nada que dar, porque no saben recibir, porque no saben respetar, porque no saben agradecer, porque no saben vivir y porque no quieren, porque no se quieren.

Con su ausencia he ganado respeto hacia mí misma, armonía en mi coherencia, templanza, tranquilidad y amor. El de otros que han llenado mis Hoys con presencia, charlas, sincera preocupación, regalos, risas, excursiones, reflexiones, tareas, chapuzas, cafés, comidas y vinos, bailes en la distancia, intimidad, confianza y ayuda. La de verdad, la que necesito, con respeto y en mis tiempos.

A los unos y a los otros. Gracias. Eternamente agradecida. Con ellos, con los otros ¡Claro! querré compartir y vivir mi propia lista de deseos.

Hoy se lo dedico a los Otros… y a la Tecla (Taida). Gracias, gracias mil.

Ilustración de AnaTristana

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