De vacaciones con cobertura social y sin expectativas

Hace tiempo de aquello, pero si soy fiel al motivo por el que escribo y lo exhibo, tal y como le conté a aquel ‘David el negro usurpador, morador de las montañas’, esta historia debe quedar reflejada.

El título no es mío. O no lo es en parte. Cobertura social forma parte de una frase que soltó por el móvil Oli, mi compañero de a cuatro manos, cuando deambulábamos por la Barceloneta. Oli hablaba con su amiga ‘Jana la siempre dejada’, una canaria recién expatriada de la Ciudad Condal, a la que se le ocurrió refugiarse o esconderse, a saber, en Fuerteventura para diseñar bañadores que vende por el mundo.

Oli. Oliver es de ese tipo de personas que viven, no sobreviven. A Oli en este invierno se le murió la madre y él como terapia decidió conocer profundamente a la gente. No cualquier gente. Gente seleccionada. Yo estaba en la selección.

En el luto, Oli vino a mi casa con un listado de preguntas y una grabadora. Cada interrogante abría una capa de mí, cada pregunta me mostraba dónde estaba, cómo estaba y qué es aquello sólido que me hace ser quien soy.

Oli me hizo un regalo. Me escuchó. Yo fui la protagonista y él un escuchador. Recogía lo que yo sentía, pensaba y expresaba para regalármelo. Dentro de diez años, o cuando me sienta muy perdida, le pediré a Oli que me vuelva a interrogar.

Sin planes por vacaciones

En julio comencé mis vacaciones. Las fechas y los días me los marcaron en el trabajo. Ni siquiera en eso tomé decisiones. No tenía planes ni quería hacerlos. Hace tiempo que di de baja el planearme y las vacaciones no iban a ser menos. Así que 35 días sin saber qué hacer.

La respuesta me vino con la Chupipandi.

El día que me fui de Madrid me despedí en una tradicional fiesta veraniega que organiza la Nati en el hotel en el que trabaja, en Gran Vía, en la terraza. ‘Nati Summer’ se llama. Y ahí estaba otra edición de la ‘Nati Summer’ coincidiendo con mi partir de Madrid. Así que cogí un billete de ida, cargué una mochila, coloqué a Dako con los ‘tres soles y mi Moni’, y allí volví. Donde terminó todo, donde empezó todo.

Desde que cerré la puerta de casa, sin maletas en las manos, caminando a paso ligero, me sentí libre. Esa sensación no es nueva en mí pero me abandona muy a menudo. Más de lo que me gustaría.

Estuve unos días en Madrid. A todo el que vi merecía verlo. A otros que no vi y que también lo merecían, ya los veré. Todos tienen sus tiempos, sus momentos, sus espacios. Y yo a los míos, poquito a poco, muy poquito a poco, he aprendido a dárselos. Así que me vieron los que quisieron verme.

Y después de unos días en Madrid reservé un asiento en el AVE, volví a llenar mi mochila y me fui a Barcelona.

A la Condal p’ nuevos recuerdos

La última vez que fui a Barcelona fue con el ‘Jardinero Infiel’. Francamente con el arte que tiene esta ciudad yo me merecía nuevos recuerdos en ella. Tenía cobertura social, mi prima, mi ahijada, mi amiga, Marta y su compañero, Santi. Además, algo acompañada sí iba. En realidad solo por Wasap, pero ya en este hoy eso es tener compañía.

En este tiempo ‘El Primo Cutre de Christian Gray’ me prestaba esa excesiva atención que se confunde con amor. Yo lo sabía, aquello que se experimentó ya una vez como algo efímero lo sabes reconocer, pero eso no quita pa’ no aprovecharlo y disfrutarlo el tiempo que dure.

En fin, que al final el primo ni resultó tener parentesco con Gray y ni la atención tenía como fin mi corazón, más bien su ego y su grande autoestima, que, por cierto, era lo único grande. Aunque algo sí que fue: Cutre. Pero esa es otra historia que ni secuelas ha dejado.

El caso es que me fui a Barcelona. En la estación de Madrid le escribo. –Oli voy pa’ allá, tendrás un ratito para una amiga-. Ok, recibí por respuesta. Ahí Oli, y lo sé, ya estaba preparando su propia cobertura social.

Llegué p’ caminar. Exactamente lo mismo que en Madrid. Pero mejor todavía si era posible. Voy al encuentro de mi prima y cuando llego a su casa me reconozco en sus manías. La pulcritud, el orden y el anfitrión aire con el se acoge al invitado. Mi cuarto, mis toallas, unas zapatillas de hotel en su bolsita, comida en la nevera. Pues eso, aquello que se necesita, comodidad y hospitalidad.

Esos días disfruté de mi gran pequeña, de Oli de cena, de la ciudad, de las calles, de las rutas, de los desconocidos, de las tiendas, del arte, de las charlas y de la Sagrada Familia. Pero ningún día fue tal excepcional como aquel sábado de cobertura social sin expectativas.

Oli ya organizaba desde un día antes decenas de planes. Es montañero, a lo grande, no como yo, pero ya me conocía trepando montañas y sabía que era un plan que me podía gustar. Él ya tenía cerrado su fin de semana sin mí, pero por unas cosas y otras se quedó pa’ regalarme uno de los mejores días de mi vida.

Así es señores, uno de los mejores días de mi vida.

¿Qué te apetece?, Me pregunta.

Oli, a mí me gusta todo menos los callos. Es decir, disfruto de una pizza como de un sándwich o una comida etíope, que es mi favorita, le respondo, es decir, sin expectativas .

Etíope eh!… contesta.

Y ahí se quedó la conversación.

Empecé la mañana despertando más tarde de lo habitual. Siempre me levanto con el sol, pero de tanto caminar y con el cansancio del viaje, en esta ocasión fui rezagada. Eso, en vez de un infortunio, creo que inspiró al mágico sábado de cobertura social sin expectativas.

Mi tardío despertar cambiaron los planes de Oli, así que por montaña, reunión de amigos en no sé dónde, paellas no se con quién, Oli decidió llevarme a desayunar.

Mi primer desayuno de Cacaolat frío, zumo de naranja y con la fabulosa combinación de una pulgita de Bull Blanc, un embutido parecido a la butifarra. En definitiva, sí, el desayuno más raro del mundo. Lo tomamos en Viader, la granja fundadora del chocolate. Y ahí empezamos un paseo de charlas y deambuleos.

Me gusta el arte, me gusta la historia, me gusta caminar, me gusta curiosear, me gusta la música, me gusta bailar.

Todo eso me dio Oli. Me llevó a ver galerías de fotos en dos dimensiones de un artista con ingenio, Maxo. Charlamos de lo suyo y de lo mío. Curioseamos gente, casas, tendederos, tiendas, por Las Ramblas, el Gótico, El Born… Oli charlaba, callaba, miraba el móvil y continuaba. Así hasta la Barceloneta donde tomamos como aperitivo una ensaladilla rusa sin papas que ya forma parte de mis menús de anfitriona, y comimos en un bareto de pescadores de esos que dices ¡Auténtico!

Allí pedimos lo que había que pedir al lado de dos turistas israelíes, una adolescente y su madre. Nos preguntaron por los platos que elegir y Oli, ‘El canario que parla catalán’, les instruyó con dedicación hasta que llegó el camarero y le dijo que él se ocupaba. Y tanto que se ocupó que al muy truhan se le ocurrió empaquetar a las guiris lentejas en pleno verano para tomar con… tenedor ¡En fin!

Cuando tocó nuestro turno llegó un camarero de novela. Un hombre largo, serio, concentrado con una pequeña libreta en mano y bolígrafo en otra. Se plantó en la mesa, empezó a revisar sus papeles, bailando el bolígrafo entre línea y línea, rompía y hacia pelotas con aquellos que daba por finiquitado y, lo más importante, nos dejó a los dos callados, absortos en él, hipnotizados, sin poder dejar de mirarlo, y sin si quiera pensar en interrumpir ese ritual. Diez minutos después nos pregunta: ¿Qué va a ser?

Ese ritual lo repitió en cada mesa que atendió.

Durante el almuerzo, Oli, que habla poco en cualquier idioma, se puso a describir a las israelitas costumbres típicas y populares de Cataluña.

Oli lleva ahí catorce años, excepto en un pequeño paréntesis de más o menos uno. Es un expatriado veterano, es curioso, tiene buena memoria y saber describir y compartir. Así que les contó la tradición de Los Castells. Cuándo, cómo y por qué se organizan.

Cuando salimos del restaurante le dije: –Yo alguna vez en mi vida tengo que ver eso-. Oli miraba el móvil.

Media hora después sabía qué estaba haciendo con el móvil. Buscaba dónde y cuándo. De repente me encontré fuera de Barcelona, creo que en San Cugat, donde se celebraba una competición entre tres grupos de Castells, según Oli, dos de ellas de las mejores.

Me lo explicó todo, las torres, sus pisos, 2×3,3×8… los pañuelos que sirven como escaleras, lo de la niña en lo alto, la mano al alza, la enredadera de manos, los cuerpos pegados, la banda que acompaña la sólida torre, su comienzo, los aplausos, su derrumbe. ¡Ufff!… El vértigo.

Volvimos. Me dejó en casa para una ducha rápida y en una hora continuaríamos la noche.

Una noche a la que se iría uniendo compañía. Una cita de a tres:Oli, el canario que parla catalán’, ‘David el negro usurpador, morador de las montañas’, y yo, ‘La recopiladora de instantes’. Tuvimos una cuarta, pero esa es la historia de la noche del sábado de cobertura social sin expectativas.

Esa noche es otra historia que merece ser contada. Oli, David, prometo que así será.

Hoy se lo dedico a la Chupipandi, mi Marta, a su Santi, a Barcelona, a David… a OLI.

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