Capítulo V. El Rey, la Reina y la Princesita

Sin aviso y de repente, como todo lo trascendental en mi vida, apareció el pasado de mi pequeña familia. Se desprendió de las corruptelas de años atrás. Desenterró el amor de mis padres, la armonía de mi hogar, el inmenso cariño de mi pequeña familia. La intimidad de tres.

Fue el día que recuperé mi memoria. Llegó con dolor. Un inmenso dolor que, lo supe desde el mismo momento que se presentó, se quedaba para instalarse de por siempre en mis emociones. Le acompañaba un destino desdibujado, un cruel sentido de libertad y de la calma.

Lo reencontré en el cajón de la cómoda de mi madre, con todos mis dibujos infantiles del rey, la reina y la princesita, con mis tétricos diarios extraviados y sus candados destrozados, con la cajita que guardaba un mechón de mi pelo, con un reloj sin vida de mi padre, sus partituras de guitarra, su pequeño librito de poesías de Adolfo Bécquer, con las decenas de libretas donde mi madre había acumulado toda su soledad impenetrable, llenas de amor por mí, de dolor inconsolable por mi padre. Encontré nuestras vidas junto a la nota de mi padre, una despedida de amor para nosotras.

Vacíe el cajón de mi madre. Limpié los platos de su última cena, cerré la ventana por la que escapó su destino  y en varias cajas metí los recuerdos impresos en letras e imágenes de mi pequeña familia.

Desalojé la casa de las cortinas echadas y me llevé conmigo todo el amor de mi pequeña familia a mi hogar, una casa con tres grandes ventanales, sin cortinas.

Y volví a escribir. No recuerdo cuando dejé de hacerlo.

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Los Tres Ventanales fue el primer relato que escribí y terminé. Mi madre murió el 26 de noviembre de 2004. Mi desmemoria, por protegerme, supongo, me oculta los recuerdos de esos meses. Algunos largos años después, mi amiga Ara me contó que me pasé un tiempo silenciosa y adormilada. Que me quedaba en la cama, llorando o durmiendo mientras ella y Pedro se iban alternando en mi cuidado. No lo recuerdo. No tengo la imagen de verme en la cama. No tengo la imagen de mis lágrimas. No lo recuerdo. Y entiendo el por qué. 

Este relato lo escribí entre esas duermevelas. Cuando lo terminé, supongo que me levanté de la cama, la hice, porque yo siempre hago la cama, y retomé esto de vivir. 

Han pasado 12 años. De todos los recuerdos, a Madrid me traje las partituras de guitarra, el librito de Adolfo Bécquer, algunas fotos  y las libretas de mi madre. Sé que es el momento de empezar a leerlas. Son 20 años de letras escritas para nadie. Merecen ser leídas y mi madre recordada.  

Llega el aniversario de su muerte, así que se lo dedico a mi madre, Alicia.

Las Palmas de Gran Canaria, Noviembre de 2004 

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