A priori

En Diario de una adicta emocional

A priori

Andaba yo esa mañana muy silenciosa, cargada del presentimiento que me obligaba a llegar a conclusiones.

La noche anterior me regaló su compañía con una intención diferente que no supo esconder muy bien. Yo, sin quererlo, lo sentía: Viene diferente, viene con anuncios, viene con planificación establecida.

-¿Por qué vienes hoy? Le pregunté ¿Por mí o por ti? Por los dos-, me afirmó-.  Me pareció una buena respuesta para responder con silenciosa paciencia.

Esa mañana, él mostraba una efusiva alegría cariñosa que rondaba como una mosca tras mis orejas. Los zumbidos eran preguntas anteriores formuladas por su boca.

-¿Quién es el afortunado con el que te vas a cenar? ¿Sigues en contacto con otros tíos? ¿No has quedado hoy con ningún chico?- No eran interrogantes de celos, Ele, no lo eran. Eran cuestiones para exponer un escenario próximo que abrieron la puerta de mis presentimientos.

Terminé pidiéndole que se dejase de ese tipo de preguntas porque me estaban confundiendo. Para qué fue aquello, porque para esa mañana como desayuno decidió cambiar los interrogantes por grandiosas y estúpidas afirmaciones más ofensivas aún que las preguntas.

Como introducción a su testimonio primero quiso saber tres cuestiones vitales:

-¿Qué tal en lo económico?

– Por el momento un desastre, querido.

-¿Qué tal la salud?

– Ya sabes que no ando muy bien.

– ¿Y lo emocional?

-Pues, ya sabes-, le digo con las palmas abiertas que le señalan con resignación, dándole el preámbulo para la primera estupidez:

Hago una pausa, bebo un sorbo de vino acompañado de la luz gris del cielo y miro a P. Kiry y seguidamente a Ele. Ahí va, niñas, les adelanta mi sonrisa estreñida, ahí va:

-L, eres guapa, e inteligente, seguro que puedes encontrar a alguien….- No le dejé terminar. Miré profundamente al hombre con el que había follado con alma y cuerpo por tres veces la noche anterior y que acababa de violarme la intencionada paciencia silenciosa, e inmediatamente le exigí: -Dímelo claro ya-. Me faltó la coletilla de “De una reputa vez”.

Y ahí, Ele, rompió conmigo por tercera vez, como Pedro negó a Jesús, con la misma cobardía, con frases de negociación: -A priori no tengo pensado dejarla-.

¡A priori, me dijo A priori! Enfatizo firmemente para romper el ritmo de la historia y dar paso a la risa con: Esa palabra me la he tatuado de esquina a equina del pecho, exclamo mientras con mi mano la escribo imaginariamente y con letra mayúscula en el torso.

Me dijo que él no me convenía… ni económicamente. ¡Ni económicamente!, Ele.

Llegó la siguiente carcajada de mi prima cuyo pensamiento se unía al mío: ¿Pero en qué puta época vives cromañón?

Esa palabra, prima, también me la he tatuada en vertical de hombro a muñeca. En el brazo derecho para no dejar inútil el izquierdo, el bueno, el que utilizo de verdad.

Me confesó que le queda algo de moral que le impide dejarle porque en un momento de su vida difícil ella le apoyó.

¡Señores, señoras! anuncio a un público entregado que exclama bufidos, les presento la siguiente estocada vestida de ofensa. El buen señor, Ele, el buen señor, decide su presente destino por pena y falsa bondad. Todo lo acompaño con muecas que sin palabras expresan, reflejan a la perfección un buen: No me jodas, cabrón, no me jodas y no faltes con tanto descaro a mi inteligencia.

De despedida le regalé el futuro, prima, a un hombre de metro noventa, con hombros caídos y mirada de perrito degollado. Esa mirada, Ele, esa mirada que conocemos de soy un mal chico sin remedio, que te provoca el impulso de abofetear sin tapujos. Pero como utilizar la fuerza física está muy mal visto, simplemente le observé.  

“Esto es lo que te va a pasar”, le pronostiqué, es que te sustituí en eso de la brujería, prima.

Y telegráficamente, suplantando palabras que ya no recordaba a prima y compañía le conté mi inédito prefacio: –Esto es lo que te va a pasar: Vendrá tu novia, que ya no te motivará y de la que estarás desconectado por tus secretos. En ocasiones te sentirás agobiado, en otras me echarás de menos, te irritará, terminarás tratándola mal. Y llegará un día que tú le dejes o ella te deje. Volverás a mí. Y quién sabe dónde estaré yo-.

Con estas frases no aporté toque de humor, solo relaté sin emoción y con poco autoconvencimiento, reteniendo aquella imagen de los dos apoyados en un muro esperando a que mi perro se cansase de saltar entre arbustos. Pero, a pesar de la falta de solidez en mis palabras, mi prima asintió firmemente, mientras la efusividad de P Kiry soltaba un “Toma”. Las dos me miraron con ojos de viejas sabías que parecían decirme en silencio: “Sí. Eso es lo que pasa. Lo peor es que se quedará con eso”.

Llegados al tragicómico final tuvimos un respiro para admirar chaquetas de camuflajes recién compradas y saber dónde M reservó para ir a comer. Enmudecí con paciencia, le sugerí a Eli que enseñase la chaqueta a Mapi, quien no creía que esa prenda tenía cabida en su tienda de ropa, y me abstraje por un ratito para ordenar mentalmente el desnudo del desenlace.

¿Sigo? Pregunté cuando nos quedamos de nuevo en conversación de tres. «Sí, sí… Sigue»,  me dijeron las dos con sus copas ya vacías. Por tercera vez, Ele, por tercera vez se despidió con un nuevo final medio abierto, creo que estudiado, por tercera vez. Abrazados junto a su coche, otra vez, me dice algo así como: -Bueno, vamos a ver qué pasa y si vuelvo y me mandas a la mierda-.

“Bueno, pues ya está”, me dice mi Ele, a lo que respondo: No Ele, No. Porque ya me conoces, a mí las patadas me gustan bien fuertes y de dos en dos. Sonrisas como respuesta a mi gesto de convencimiento y a mi mano, izquierda, que emula un invisible Plas, Plas.

Cuento el final y mientras en mi mente revivo las imágenes de ese momento. Como coge el coche y yo sin esperar a que se vaya cierro la puerta verde de mi casa. Como me quedo quieta en mitad de la cocina intentando asimilar que ya no lo voy a ver más. Como doy vueltas, me hago un cigarro, sigo dando vueltas. Como me siento en el sofá, me levanto y me vuelvo a sentar. Como le escribo un wasap que nunca tendrá respuesta “Lo peor es que no quiero llorar sola, sino abrazada a ti. Por una vez quería rendirme sin miedo”. Como mi malcriada cabeza empieza a crear perspectivas. Y como decido eliminar esas estupideces de cuajo.

Le llamé. Confieso a mis pacientes oídos que intentan evitar las expresiones de reproche. Necesitaba que cerrase la puerta y se lo pedí. Y lo hizo: -Hasta aquí hemos llegado. Cuídate mucho, L, adiós-.

Pasé al silencio consciente de que me quedaba el remate final,observando las miradas de una y otra.

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