El Gran Niño de Las Mariposas

El viernes realicé una visita que tenía pendiente desde hacía tiempo. Fui a disfrutar del día y de la compañía de mi amiga Eva M.

A Eva la conocí y reconocí antes que al Jardinero Infiel en una época lejana en la que yo todavía vivía en una isla. Desde ella, de vez en cuando iba y venía de un lugar a otro parándome en Madrid para disfrutar, trabajar o visitar familiares o amigos. En uno de esos viajes Eva y yo nos hicimos amigas desde el mismo momento que Aubin nos presentó.

Eva cumple años conmigo con un margen de 24 horas. Nunca olvidaré su cumpleaños y ella el mío menos, porque Eva tiene más memoria y educación que yo.

Eva y yo somos iguales excepto en una cosa. Pensamos igual, sentimos igual, vemos la vida del mismo color, pero reaccionamos diferente. Esto es por culpa o decisión de la crianza. Eva actúa ante la adversidad y la fortuna con templanza, igual que Virginia Torres, otra gran amiga y otra tauro. Siempre he envidiado ese talento que se me ha negado de los tauros.
Estar con Eva supone disfrutar de un entorno cómodo, fácil y familiar. Cuando vine a vivir a Madrid, Eva fue una cotidianidad en mi vida. No había semana que no hablásemos, no había mes que no nos diésemos un momento para nosotras. Nunca nos hemos aburrido juntas, nunca hemos tenido charlas sin sentido, nunca hemos salido la una con la otra para descuidarnos, nunca hemos tenido una bronca sin respeto. Hasta que llegó el momento de mi desamor y su momento de amor y nos separamos. Ella no pudo acompañarme en este trayecto y para mí era muy doloroso estar a su lado en el suyo porque observar su derrotero por su camino de mariposas representaba mi desandar en el de mi fracaso.
Pero hoy es otro día y ya podemos volver a acompañarnos en nuestras vidas. Las dos hemos llegado a nuestros destinos. Yo con el alma reconstruida y ella con la suya hinchada de amor. El viernes fui a recuperar a mi amiga y conocer a una nueva, su hija, bautizada con un nombre bello como ninguno, Valentina. 

Tras conocer a Valentina es hora de desvelar otro secreto.

Mis amigos de Prosperidad me han marcado con ironía, burla y cachondeo con el apodo de «Brujilda la amiga de los niños». A mí me hace gracia mi sobrenombre y les escucho la cantinela con una sonrisa por respuesta porque me divierte. No les desmiento en su creencia de que yo no soporto a los niños. En realidad, a mí me encantan los niños.

Los muy bobos me apodan así sin recordar mis retratos con grupos de tiznaos niños, sin observar mi felicidad en su compañía, mi amor en mis besos hacia ellos. Los muy bobos no se han enterado de que yo amo y admiro al Principito y a Mafalda. Son los únicos famosos que venero.

Los que no me gustan mucho, y siempre lo he dicho, son los padres. Les observo como educan, cuidan, o se relacionan en público con su hijos y desde mi mudo cerebro reprocho actitudes que me parecen inadecuadas, innecesarias, contradictorias y perjudiciales.
Por eso, solo ando con padres e hijos con los que puedo disfrutar sin tener que controlar mi cerebro. Y, por eso, cuando puedo permitírmelo, no permito que mi ambiente se llene de hijos con padres malcriados. 
Pero a mí no solo me gustan los niños. Yo amo a los niños. No hay otro ser humano que consiga extraer de mí el más sincero afecto, amor desinteresado, cariño, preocupación y dedicación. Cuando no hay padres delante, me quito el disfraz de Brujilda y con entusiasmo empiezo a jugar con ellos, a mantener interesantísimas conversaciones, a imaginar, crear, aprender y a descubrirnos. Yo desde mi posición de adulta y ellos desde su inmadurez, nos reconocemos y nos respetamos.
Estos seres son los amigos más peligrosos que conozco. Tienen todas las armas y capacidades a su alcance para convertirte en un ente sin voluntad con la que amarrar las decisiones y destinos. Los niños consiguen que los ames sin sentido, que sacrifiques sin razón, que des hasta el último suspiro por ellos, que actúes como no debes. Con su indefensión, sabiduría no educada, ingenua mirada, ego desmesurado, interés medido por objetivos, exigencia pasiva en atención, coqueteo intencionado adulador, infidelidad que provoca tu abandono en la búsqueda de nuevos compañeros de juego, tremendo y devastador egoísmo, un niño tiene la capacidad, como ningún adulto, de desarmarte y empujarte de rodillas hacia la rendición. 

Hace unos meses conocí a un Gran Niño.

En mi manía de reapodar, a este niño le llamé de muchas maneras: Seductor, Desconcertador, Cazador, Hijo de Puta, Repipon, Poeta Pervertido, Buen tipo Posible Manipulador, Penoso… Pero nunca le dije su verdadero nombre: El Gran Niño de Las Mariposas. 
Cuando se me presentó y observé su mirada, a pesar de reconocer enseguida que tenía todas esas armas infalibles, esas contra las que no tienes nada al alcance para defenderte, las armas de un niño, me quedé a su lado para jugar. Es que los niños te regalan mariposas y a mí me apasionan las mariposas. 
En este tiempo he estado jugando con el niño a las películas, al escondite, a las adivinanzas, al parchís, a los médicos, a corre, corre que te pillo, a aprender a hacer puzzles con cachitos de alma y poco más porque, desafortunadamente, yo ya no soy una niña y no me puedo permitir estar jugando todo el día en el País de Nunca Jamás mientras los que me rodean envejecen. 
Los niños nunca deben ser abandonados. Es pecado y si lo haces te vas al infierno. Al Niño Grande de Las Mariposas me he visto obligada a abandonarlo en los juegos, no sin antes explicarle los por qué de la única manera con la que se puede hacer razonar a un niño: Con amor, serenidad, honestidad y paciencia. He cogida prestada la templanza de Eva y de Virginia porque este niño no podría soportar mi brutal inmoderación.
No le he recomendado que deje de ser un niño porque precisamente su mirada y alma infantil fue causante de mi desarme y el bellísimo vuelo de las mariposas. Lo que he hecho es quitarme el disfraz infantil desvelando mis arrugas para, con pesar confesarle que yo debo jugar con los de mi edad a otros juegos que no hagan pupa. Juegos sencillos, en los que las reglas sean iguales para todos, en los que no existan Piratas, Peter Pans, ni Wendys, en los que no se permita fácilmente la entrada de otros niños y niñas para regalarles tus dados.

Le soltaba mi sacrificada despedida e imaginaba los morritos y ojos tristes del Niño Grande de Las Mariposas que, con resignación, guardaba sus armas en los bolsillos. Y mientras yo abandonaba el parque de juegos, escuchaba a mi espalda su última frase: «Supongo que ya va siendo hora de que yo madure».

No lo sé mi querido Niño Grande de Las Mariposas. Cada uno elige cuándo quiere dejar de ser niño y cuándo quiere dejar de jugar en el parque infantil. Pero si un día te decides a asumir que más de cuatro décadas son muchas para seguir siendo un niño y quieres acompañarme en mi juego de adultos, eres muy bienvenido… Porque me encantan las mariposas y ese talento tuyo para hacerlas volar no lo perderás aunque dejes de ser un niño.
Hoy me he levantado temprano y he ido a votar a unos niños malos, malcriados, mediocres, mentirosos, crueles, tontos e ignorantes. Estos son los únicos niños que no aguanto, no amo, no tolero y a los que sí me gustaría escupir mi brutal inmoderación.
Ahora me voy a ayudar a otra niña grande a hacer una mudanza porque también abandona su propio parque infantil.
Y después… Ya veremos. Puede que me vaya con Dako a pasear por mi parque de adultos.
Hoy se lo dedico a mis amigas tauros, Eva Martín y Virginia Torres, a Valentina, a la que irremediablemente ya amo, porque yo amo a los niños.
Y, cómo no, al Gran Niño de Las Mariposas. 

 

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