Alfonso Morant y Alicia Meneses

«Necesito hablar con alguien en quien confiar». Tremendamente confundida, dolida e incluso sorprendida. Mientras repasaba, buscaba y rebuscaba en mi mente, le mandé este wasap a mi prima Ele, la espiritual, la abogada, la consejera y la que tiene ocho meses más que yo.

Ella siempre está, no duda de mí, de mis palabras, ni mis intenciones, y sé que siempre me responde. Por eso se lo envíe a ella, porque necesitaba contar con alguien en quien confiar plenamente. Que no tenga dobles intenciones conmigo, que no mienta, ni difame malinterpretando mis actos o palabras para proteger su propia integridad. Que sea valiente, a pesar de los pesares, y que no utilice mis debilidades para atacarme.

Me llamó. Con ella nunca dudo de que lo va a hacer cuando se lo pido. Puede que en ese momento esté ocupada, pero siempre llamará. Cuando le plateé mis dudas sobre mí misma me preguntó: «¿Laura, le contaste tu vida?»- «Sí, a ramalazos», le digo con cierto pudor. «Me lo imaginaba y por eso te lo pregunto. Laura, ha utilizado tu mayor debilidad para atacarte. No tiene argumentos y por eso utiliza aquello con lo que puede callarte». Así sentencia y describe Ele la última muesca de mi vida.

Tiene razón. No es la primera vez que pasa. Son las circunstancias de mi vida. Son mi «Talón de Aquiles». Todo el mundo tiene uno. Y yo, cuando confío en alguien, que no lo hago muy a menudo, le ofrezco mi talón.

Pues he decidido que se acabó. Que no soy víctima, ni voy a serlo. Que voy a mostrar mi talón, mi historia, mi experiencia. Aquello que escondo equivocadamente como si fuese una vergüenza, para que nadie más, nunca más lo utilice contra mi mente. Para darme una lección a mí misma y aprender a no dudar nunca más de mí.

Mi Talón de Aquiles son Alfonso Morant y Alicia Meneses.

Mis padres. Mi familia. De los que me siento orgullosa. A los que amo profundamente con todas sus virtudes, errores y debilidades. A los que les debo la vida y mis más sinceras disculpas por esconderlos. No los voy a esconder más. A lo largo de mi vida los he ocultado en conversaciones sobre padres, en momentos cotidianos sobre la familia, en mi vida profesional, en mis relaciones sentimentales. En tantos momentos, en tantos, que ni recuerdo cuántos.

Se acabó. Los descubro. Descubro las maravillosas personas que me hicieron, que con sus actos, temores y emociones me crearon tal y como soy para bien y para mal. A los que echo de menos cada segundo de mi vida. A los que, no sin pesar, les diría que me han regalado la Soledad.

Alfonso y Alicia

Alfonso. Un hombre bello por dentro y por fuera. Lleno de creatividad, integridad, calma, bondad, inteligencia, cierta mente fantasiosa e infantil, infinita sensibilidad y un gran valor o una inmensa cobardía. Mi padre, el hombre de la moto, de los coches, de la guitarra, de los poemas de Adolfo Bécquer, de los cómics, de las pinturas, de los viajes y campings y las canciones del Che Guevara. De profundas raíces de derechas, del sentido justo de izquierdas. Respetuoso con el mundo y amante de mi madre y de mí. Que me regaló un inmenso amor desinteresado y el primer gran dolor y muesca de mi vida el día que se metió una bala en su cabeza. Un hombre grande, cuya presencia, alma y sentidos sobreviven en mí.

Alicia. Una mujer elegante. Bellísima por fuera y con demonios y ángeles por dentro. De igual intensidad era su maldad como su bondad. Una mujer que, con oportunidades, amor en la crianza y educación en su cerebro, hoy sería lo que hubiese querido. Una inteligencia bruta no explotada. Una grandiosa dulzura y bondad violada. Víctima de su vida, de su infancia, de la sociedad y de su propia incapacidad para defenderse del mundo y de sí misma. Mi madre. Una mujer buena, llena de pasión, carácter, con sentido del humor, las carcajadas más bellas que he oído en mi vida, con un saco de compasión como emoción, Con una interminable autoculpa como flagelación. Una rebelde sin causa, ni control. Valiente hasta en la mayor de la injusticia propiciada por ella misma. El dolor en toda su expresión identificado en su mente y cuerpo. El segundo gran dolor de mi vida y la segunda muesca que al tirarse por un octavo piso arrancó, desgarró literalmente mi corazón. Una mujer grande, víctima de ella y de todos, cuyos demonios y ángeles sobreviven en mí.

Ellos son mi Talón de Aquiles. Los descubro. Los pongo en su lugar y nadie nunca más podrá utilizarlos. Ahora, todos aquellos que utilicen mi debilidad para esconder la suya, no tienen armas ni balas para herirme. Desde ahora nunca más nadie conseguirá que dude de mí misma. Ellos son libres para hacerlo, pero yo sé de dónde provengo, quién soy, cómo soy y cómo quiero ser.

Se lo dedico a Alfonso Morant Bernal y Alicia Meneses Martín. Dos grandes personas. Mis PADRES. Mi orgullo, que sobreviven en mí.

Se lo agradezco a Elena Meneses, de quien confío plenamente.

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