LA ESPERPÉNTICA, MI NUEVO NOVIO Y ALGO DE EROTISMO

Hoy me he levantado a las siete de la mañana. Sí, un domingo. Al contrario de lo que creen, a mí me rechifla levantarme temprano. Ser de las primeras que saluda al día mientras el mundo está dormido. Otra cosa es levantarme en cama ajena. Eso sí que no lo llevo bien. 
Anoche dormí en cama aleja. Sola. Por diferentes y peculiares situaciones terminé obligada irremediablemente a dormir en colchón de otros. No fue un drama, solo un inconveniente que hizo algo de pupa a mi bolsillo. Todo producto de decisiones optimistas.
Tras dar vueltas y vueltas en el coche, atrapada entre decenas de hojalatas, me impusieron dejar de confiar en esa extrema confianza mía que tengo en que siempre voy a encontrar aparcamiento y me ordenaron meter el negro con ruedas en el Parking de la Plaza de la Luna, en el corazón de Madrid.
El estrés de esas casi dos horas encerrada en una cárcel móvil de mi propiedad  me impulsó a tomar otra decisión: «Por favor, vamos a tomarnos una cerveza». De una fui a dos, de dos fui a tres, de tres fui a cuatro, de cuatro, tiré al suelo la quinta y, mientras, me entretuve enormemente con buena compañía, mejor charla y una larga observación.
Todo en la puerta del bar, con perros custodiando la entrada o salida, mi Dako, que requiere algo de barullo y que ya puede realizar callejeos nocturnos conmigo ahora que el tiempo nos lo permite, y el manso y bondadoso Dino, el amigo de Adolfo.  En esas horas de puerta vi como se iba creando un grupo de estrafalarias personas, tan corrientes, tan corrientes, que llegan a eso: a ser estrafalarias.
Sin ningún tipo de ángel y aura en ningún gramo de su ser. 
Primero una gordita con pelo negro corto y algo grasiento, después dos pobres hombres de hombros caídos, otro que iba de moderno lastimero, que no llegaba ni al cutrismo, y al rato, la reina de lo esperpéntico: ordinaria, fea, por dentro y por fuera, con una mueca por sonrisa, un chillón ladrido por habla y unas desmesuradas y compulsivas ganas de llamar la atención. Una mujer horrenda que consiguió con gran éxito su objetivo: Cada segundo de su presencia captó todos mis sentidos. 
El grupo iba aumentando a cuenta gotas. Cada cual peor, cada cual más triste, cada cual con ropa de mercadillo más caduco. Tuve el honor de hacer la foto de  un grupo de hasta 30 entes insulsos y ridículos. Así que ahí ya me sentí con la libertad de preguntar lo que sospechaba a aquella gordita repuntual a la cita.
– Oye, perdona, pero ¿Ustedes se conocían de antes?
– No. Nos acabamos de presentar: me responde con una sonrisa orgullosa.
– Pero, ¿Qué son de un grupo de Internet?
– Sí
– ¿Que juegan al ajedrez o algo así?
– No, que va, somos de ‘Amigos por Madrid’, responde confirmando mi sospecha.
¡Dios! pensé, «si algún día me meto en un grupo de estos estoy acabada».
Bueno, el caso es que con cuatro cervezas y una fallida ya no me encontraba en condiciones de coger el coche, así que me abrieron una puerta, me acogieron en una casona y allí me dejaron custodiando a los perros o ellos a mí. Sola.
 Esa noche me presenté a mi nuevo novio. 
Aquellas horas de observación estuvieron acompañadas de charlas sobre la vida, el ser o no ser, el cómo afrontar las situaciones… Bueno, ya saben todas esas cosas que se hablan cuando uno necesita encontrarse o perderse, ¡Vayan ustedes a saber! Por cierto, que somos muchos los que estamos en esta ardua tarea. En fin, que andábamos en esas meditaciones cuando solté dos frases que despejaron todas las incógnitas. En realidad, no sé si las de Fede y Adolfo, pero sí las mías.
Dije, les dije, me dije: «Por favor, empieza a tener un poquito de paciencia contigo mismo«. Y es que éste es uno de los primeros gestos que intento mostrar cuando alguien me interesa: ser paciente con él. De esa conclusión llegué a otra: «Lo que tienes que hacer es ser tu propio novio». Y, ¡Tate! Llegó la clarividencia: La solución es ser tu propio novio.
Así que señores míos les presento a mi nuevo novio. Éste, les juro, me va a durar. Este nuevo novio mío cada día me gusta más. Es que me aporta, me mima, me hace unas cenas estupendas, me saca de paseo, me sorprende con su risa, su humor, cada día me muestra más paciencia. No puedes imaginar que tacto tiene, que empatía. Cada día me gusta más y sé a ciencia cierta que de él me voy a enamorar locamente como nunca lo he hecho en mi vida.
Hoy, tras rescatar el coche del Parking de las torpes decisiones que te llevan a soltar 30 euros, meter a mi Dako dentro y dirigirme por las grandes y domingueras calles de Madrid hacia mi refugio, he llamado a mi novio y le he pedido con mimo algo de atención.
Mi nuevo novio lo ha pillado al segundo, me ha mirado con sano cariño y me ha preparado la bañera. Le ha puesto sales y un té relajante, ha controlado la temperatura del agua hasta conseguir la templanza perfecta y me ha metido dulcemente en la bañera. Siguió a mi lado mientras me relajaba, acompañándome con su tranquila sonrisa. Me ha acariciado, tocado con dulzura todo el cuerpo, pellizcado los pezones, me ha hecho el amor con firmeza y tesón y me ha acompañado ritmicamente en mis jadeos. Finalmente, de broche final, me ha besado con limpia ternura y me ha dejado conmigo misma para que pudiese disfrutar sin estorbos del desahogo final.
Este novio mío me ha prometido que me va a follar así toda la vida. Yo le he dicho que si cumple su palabra nunca le voy a abandonar. Me ha mirado con firmeza y absoluta seguridad. ¡Guau! No pueden imaginar lo que me gusta esa mirada.
Hace algunos años, paseando por las Pirámides, le dije a Él: «Si siempre me follas así no te voy a dejar escapar nunca». Él me respondió: «Siempre te voy a follar así». Pero mintió…Y, claro, yo le dejé escapar.
A este nuevo novio mío le creo de verdad. Éste no miente y sé que no solo me va a follar de esta manera, sé que me va a amar como nadie lo ha hecho antes en la vida.
Bueno, éste ha sido este domingo mío.
Por otros lares que no vienen al caso. Cuando ya decidimos dejar de custodiar las puertas del bar, tras no tener grupo de observación en los derroteros, nos encontramos con la fea esperpéntica cojeando a gritos con su muleta al aire, intentado correr calle abajo detrás de un tipo con bolsa pegada al costado que andaba bastante rápido. Un tipo que parecía tan feo por dentro y por fuera como ella.
La heroína de la noche gritaba a cada lado, a la gente con la que se tropezaba, al aire infinito mientras seguía al sospechoso y gemía por teléfono con, presumimos, la policía: «agárrenlo, agárrenlo». Nadie le hacía caso. No había a su lado ni un ente del grupo de las treinta personas. Este cuento perdió nuestro interés cuando un coche de policía paró y le ofreció la atención, suplicada histéricamente, a ella, a él.
Ahí los dejamos mientras mi imaginación creaba una historia en la que ella era arrestada y metida con su muleta en el coche junto al tipo feo, supuesto ladrón. Por el camino se desgañitaban al oído detrás de dos policías aterrorizados, hasta que terminaban mirándose profundamente, se descubrían y reconocían que eran el uno para el otro.
Hoy se lo dedico a la fea por dentro y por fuera, que me pareció maravillosa, a mis acompañantes de encuentros y pérdidas y, por supuesto, a mi nuevo novio.

 

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