Otra pasito más tras vestirme de cangrejo

Dicen que los cangrejos caminan hacia atrás. En realidad lo hacen de costado pero, como soy bastante imaginativa y siempre recurro a las metáforas visuales, así me he visto las dos últimas semanas, como un cangrejo rojo, con mi cabeza incrustada en su caparazón, mi flequillo dando saltitos y una pequeña lengua retorcida hacia un lado, mirando de reojo por si tropezaba mientras daba pasitos para atrás.

Las causantes han sido las dichosas, familiares, siempre esperadas y nunca controladas hormonas. Mis queridas amigas que no saben lo que es la impuntualidad. Sé que llegan incluso antes de tocar el timbre, sé lo que van a causar, el destrozo que van a hacer en mi pequeña y escrupulosamente amueblada cabeza. Llegan como diminutos huracanes instalando sus colas en mis sentidos. Las observo con cansancio, sabiendo de antemano lo que van a producir, pero ¿quién controla a un huracán por muy pequeño que sea?

Y ahí estaban otra vez. Las oigo llegar a través de mis pechos, las punzadas de mis ovarios, la caída de mi estimulo y la incontinencia de mi lagrimal. Entran por la puerta de la templanza arrasando con todo y se instalan en el ánimo, desordenándolo con brusquedad.

Ahora mismo sigo colocando en su sitio el destrozo que han causado las muy putas en su última visita. Mira que me preparo para su llegada, pero no tengo nada que hacer. Son más fuertes que yo. Son las súper hormonas.

Ellas y solo ellas fueron las ejecutoras de mis pasitos de cangrejo, subidos en el teclado del ordenador para comenzar una serie de desdichados correos que se cargaron el silencio, la distancia y ese famoso tiempo que cura. Supongo que la intención de las zorras era la de  impulsar al cangrejo para que cogiese carrerilla.

¡Pues vaya que sí! Hasta hoy parecía que competía en un solitario maratón en el que me arriesgaba tanto que ya ni miraba p’ atrás. En esta carrera he soltado lágrimas, reproches al vacío, devastadoras palabras al teclado, he mostrado al público mi asquerosa rabia, mi autocompasivo yo, un odio novedoso que no me fue presentado antes de instalarse en mí, y puntos y finales a promesas de amistad que me provocan pánico.

Y con esa devastadora imagen dejada delante de mis pasos, hoy he soplado a los residuos instalados por las muy grandísimas hijas de su madre, he cogido una pierna con fuerza y la he arrastrado hacia delante mientras volteaba la miraba al frente.

En estas dos semanas, mientras daba pasos atrás y me pegaba con esos resoples post hormonales, Alber me mandaba wasap mientras disfrutaba de un concierto de U2: «No llores mi niña»; mi tío ha venido por un día para, entre otras cosas, cenar conmigo; la Ratita me preguntaba «¿Qué tal?», tras lo que continuaba, dijese lo que le dijese, que a ciencia cierta pasará; Cani Cani mostraba con orgullo a grupos de amigas y conocidas lo bella que es su amiga L en una foto vestida con un traje de novia negro; Charo me preparaba tapers de cuchara y envolvía huevos rellenos en una bandeja para que me los llevase a casa; Elena me indicaba el gran día de David; un cariñoso chico, José, que nada quiere conmigo, me ha quitado una asquerosa langosta de una planta de la terraza y me ha arreglado la nevera; me han devuelto el coche que compré en agosto, con el que he sufrido mi primera estafa; Dako se hacía un ovillo en mis piernas cada vez que me oía llorar; mi mexicana Marlene, recolectada en Kenia, ha venido con su marido a visitarme por unas horas, y Mapi se ha instalado en mi casa por unos días, yendo y viniendo, dando calor, ruido y trastos a mi casa, haciendo la cena, trayéndome antojos de última hora y controlando su dispersión para no alterar mi obsesión por el orden. Le he dado las gracias por ese esfuerzo, pero con ese talento artístico innato ha afirmado que no se había dado cuenta.

Y, sin enterarme, he cogido la pierna y la he tirado p’ alante, obligando a la otra a seguirla forzosamente, cumpliendo así con otra tarea pendiente. No me di cuenta hasta media hora después de iniciar el paseo, disfrutando de él. Llevaba todo este tiempo diciéndome que lo tenía que hacer, que se lo debía, que si no lo hacía se marchitaría, que debía empezar esa tarea sin él.

Por fin hoy he llevado a mi perro a correr. No a pasear, ni a mear. A correr. Nos hemos ido a la Casa de Campo, me he obligado a caminar más de una hora y Dako no paró de correr y correr. Persiguió hasta un conejo, llegando incluso a meterse en su madriguera. El paseo fue espectacular, tranquilo, sereno, todo se colocó en su sitio, no queda ni el polvo que levanta el viento en mi alma.

Confieso que no he estado relajada del todo porque yo en los paseos me abandono al caminar y ni me fijo por dónde voy. Una manía que ya no me puedo permitir porque nadie va a corregir mi desorientación. Así que he estado muy aplicada, intentado alejarme del camino sin perderlo de vista. Fijándome en pequeñas señales que me indicasen cómo volver al coche. Lo conseguí, di un paseo de más de una hora, mi perro corrió y corrió y volví al punto de partida.

Así que otra cosa más que he logrado hacer sin ti. Mi próximo reto será volver a colocar el regadío en los parterres del exterior de la casa. No sé por qué coño los quitaste, porque esto intuyo que me va a costar. Puede que lo deje para el próximo verano y salte a la tarea siguiente.

Ya cariño hago las cuentas sola, descubro en el Spotify buena música sin tu ayuda, disfruto sin tu compañía, arreglo los pequeños desaguisados que surgen en el día, o encuentro a alguien que lo haga por mí, y llevo a Dako a disfrutar con sus carreras. Sigo teniéndote en mente pero, tal y como te escupí con rabiosas palabras, llegará un día que no te tenga ni en mi mente, ni en mi alma. En mis recuerdos siempre estarás, seguro. Pero serán difusos y poco peligrosos porque afortunadamente sigo dando pasos…sin ti.

!Ah! Se me olvidaba amor. En este paseo, Dako ha estado tan cerca de atrapar al conejo que cuando éste escapaba se pegó tanto a mí que casi me pisa en su huida. Eso nunca pasó contigo.

Hoy se lo dedico a todos los presentes en mi vida durante estas dos semanas. 

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