No te pierdo ojo

La Realidad se ha presentado. No lo hizo sin avisar. Estaba más que invitada y no faltó a su cita. Ahora, la Realidad es un huésped de mi casa. Comparte cama con la Soledad. Mi gran, inseparable e incondicional archienemiga, la única que no me ha abandonado, la que con media sonrisa siempre me acompaña allí donde vaya. Es una gran sombra alargada amarrada a mis talones, que no se desata ni cuando le pisan miles de pies bailando.

Él, con mucha seguridad, habló de ella como si la conociese. La Soledad me miraba con cara de decir ‘no sabe lo qué dice’ cuando afirmó rotundamente que yo no podía estar sola.
 
Yo dejaba que se lo creyese. Cómo le iba a decir que, a veces, cada vez más a menudo, en su compañía la Soledad sacaba la peor de sus caras. Tiene múltiples personalidades. La conozco bien desde muy niña. La conozco más que nadie.

Cómo voy a decírselo a ellos, a todos los que me animan con rotundidad y buenos consejos sobre lo bien que me sentará la Soledad.

Tengo algo que contarles amigos. Y a ti, sobre todo a ti. A todos los que creen que saben lo qué es.  Están equivocados. Que la Soledad no sienta bien. Sienta bien la ausencia de gente, a veces, pero la Soledad no es eso.

No señores. Siento comunicarles que la Soledad no es buena para nadie. Que yo la tengo estudiada, que sé lo que me digo, que sé qué provoca y cómo desgarra.

La Soledad supone la ausencia de muchas cosas que todos deseamos, y trae consigo otras que ni faltan que hacen si no eres creativo: tristeza, abandono, a veces desesperación y otras, incluso locura.

Así que, queridos míos, por favor no saluden a la Soledad tan a la ligera, porque es peligrosa y se confunde con el estar solo. No es lo mismo. Estar solo no es estar en Soledad.

Yo soy una veterana de la Soledad. Nuestro conocimiento mutuo es profundo. Sabemos enfrentarnos con respeto y distancia. Sabemos cuándo y quién ha ganado la batalla. Es un enemigo considerado que me acompañará toda la vida.

Ahora la Soledad ha rejuvenecido. Parece una niña desbordada de alegría con la llegada de su nueva amiguita, la Realidad. No han hecho falta ni presentaciones. Desde que ha llegado, yo parezco la invitada. Así que me he instalado callada en una esquina a ver si así no llamo la atención, observando como juegan por los rincones, ahora más vacíos, de mi casa. Las miro con recelo y atenta por si tropiezan y caen, y en ese despiste, correr.

Pero, aunque Realidad va a sus cosas y ni se entera de mí, Soledad es otra cosa, es tan vieja como yo. Así que, sin dejar de jugar, su mirada sigue intensamente cada uno de mis movimientos.

Mientras juguetea con carcajadas chillonas y piernas y brazos hechos nudos con la Realidad, me dice sin despegar los labios irónicos: ‘No te pierdo ojo’.

Yo, desde mi esquina le devuelvo una mirada intencionadamente indiferente que contesta:

‘Te crees que no lo sé, pero te prefiero a ti porque el dicho ese de más vale estar solo que mal acompañado es como la Realidad’.

Dedicado a ti, Julio, que no tienes ni idea de lo qué es La Soledad.

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