Walking free in harmony

«You and me we’re meant to be
Walking free in harmony.
One fine day we’ ll fly away
Don’t you know that Rome wasn’t built in a day».

Me persigue esta canción. Me la encontré por casualidad en el Pen Drive conectado al coche. Tiene más de 170 temas y ésta andaba perdida entre los 19 días y 500 noches de Sabina y alguna de Muse. Tal como vino se fue. Ahora la busco cada vez que cojo el coche. Pero nada. Se esconde. Así que cuando llego a casa, la localizo y la pongo.Y es que me encanta la palabra armonía. Me suena a equilibrio. 

El equilibrio es una de mis obsesiones. Se hace hueco entre mi deseo por permitir el desorden y mi empeño frustrado por no levantar la voz cada vez que no estoy de acuerdo con algo o con alguien. Tengo cientos de manías más, pero estoy convencida de que si consiguiese esos tres objetivos sería más feliz, o estaría más tranquila. 

Tranquilidad es un estado anímico que me visita en pocas ocasiones. La mayoría de las veces que me saluda estoy leyendo y cuando leo no me gusta que me molesten, así que no le presto mucha atención.

La lectura. Leer es un bálsamo. Es la evasión de mis pensamientos o su activación. Pero de otra forma. No se centran en mí, en mi presente, ni en mi pasado, y menos se plantean mi futuro. Con la llegada de la lectura, mis pensamientos son extremadamente generosos y se ocupan exclusivamente de los personajes ficticios, las novelas inventadas, las historias de otros cuyos nombres casi nunca recuerdo y cuyos títulos siempre olvido.

Olvido. Uno de mis deportes favoritos. Llevo más de cuatro décadas practicándolo y ya a estas alturas soy la máxima representante de la modalidad «pérdida arbitraria de memoria». El problema, como en todos los deportes con los que te obcecas es que trae consigo lesiones que se suelen repetir. Casi siempre en la misma zona. Por eso creo que alguna parte de mi cerebro necesita una buena y larga sesión de rehabilitación, porque sé que he olvidado momentos y personas que no me hubiese gustado eliminar de mis recuerdos. Menos mal que respeta la amistad. 

Amistad. Compleja y sencilla. Difícil y fácil. Constante y esporádica. Odiada y querida. Para mí vital y, desde hace poco también he descubierto que parchea algunas heridas laceradas por el olvido. Es capaz hasta de recordarte quién eres y cómo eres. Llega a ser tan hábil que incluso trae de la mano tus recuerdos. 

Recuerdos. Ahora mismo, mi compañía. Hoy, mis recuerdos me hablan de un futuro que nunca existió, pero sé a ciencia cierta que estuvo ahí. En el punto de salida, esperando oír el disparo para comenzar a correr. Pero como soy producto de mis obsesiones y de la práctica de un deporte no muy saludable, quité la bala y bajé lentamente la mano del tirador.

Ahí se quedó ese recuerdo. Desde entonces está en la meta, los músculos se le han atrofiado por falta de movimiento y la mirada la tiene vacía. Ahora le echo un vistazo con nostalgia casi cada día. Lo observo y le pido a mi olvido que me haga olvidar que un día Recuerdo escribió sobre mí y yo en esa lectura era L. Un personaje y una historia que se convirtieron en el centro de mis pensamientos.

Hoy te lo dedico a ti, Recuerdo.

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