Mi afición por los blogs comenzó con mi llegada a Madrid.
Primero nació Madrid sin amor, en donde escribía, a veces con tapujos y otras con acentos bailando fuera de lugar, historias de amores y desamores, entre las que destacaban las mías.
Después llegó Desde Madrid al Mundo en 365 días, cuando iniciamos la pequeña aventura de Kenia y Buenos Aíres. Con el que conseguí retener vivencias que mi caprichosa memoria hubiese olvidado. Y con el que seguí tocando, palpando a los míos, y ellos a mí, a pesar de la distancia, de la falta de olor y de contacto. Con el que continuaba sintiéndome querida.
Finalmente abandoné mi manía de los blogs con Generación Incertidumbre. Un amago de responsabilidad social que murió con dos entradas y que reveló un momento clave en mi vida. La venida de mi coma. Literal, casi físico.
El 24 de octubre de 2012 entré en coma. Un dormir que poco a poco iba comiéndose mi despertar hasta que llegó a lo más profundo de mi ser. Con nervio, unas veces acelerado, otras haciéndose hueco pasito a pasito, hasta que se arrinconó por una rendija de mi alma y como un cáncer se extendió por mis entrañas, durmiendo cada nervio de mi ser.
En ese coma profundo anduve, observando desde una gruesa capa mi vida, sin poder moverme, sin dirigir palabra, mirando. Descubrí lo que es sentir un coma y también me di cuenta que de él no te despiertas de golpe. Das respingo de vez en cuando hasta que lo arrancas de tu ser, incorporándote como un resorte, con la boca abierta y cogiendo aire para dar respiro al respiro.
La cura de mi coma llegaba con esos brincos. El primero sucedió sobre marzo del año pasado cuando le pregunté. Pero yo puedo contar contigo -«Depende de para qué-. Un saltito, pequeño, pero fuerte y una bocanada de aire.
El segundo se presentó con más intensidad y surgió con dos frases – Si vuelves, yo me voy- y -No te quiere-. Estas últimas palabras se pronunciaron con amor, compasión y lágrimas. En esa ocasión, cogí aire con agresividad y determinación, aunque seguí en la duermevela.
– Me siento maltratado psicológicamente- Esta fue la frase de gracia y las agraciadas palabras que se metieron en mí, me agarraron fuertemente, me incorporaron, me abrieron la boca y me obligaron a coger aire tan fuertemente que casi me ahogo. Pero no de respirar, sino de reír.
Ahora estoy despierta. He vuelto y me traigo compañía. Son las carcajadas de mi despertar. Son estruendosas, chillonas, continuas y a veces juguetonas.
Se calmarán. Estoy convencida. Pero por el momento me ayudan, me enseñan a recordar cómo se camina, o por lo menos cómo camino yo. Van conmigo allá donde me dirija, con sus caprichosas manías. Unas veces ríen con rabia, otras con ironía y otras, las que más me gustan, con serenidad.
Mientras ellas siguen desencajándome la mandíbula, yo no paro de cantar silenciosamente:
«Volver
con la frente marchita las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir que es un soplo la vida que veinte años no es nada que febril la mirada errante en las sombras te busca y te nombra».
Y vuelvo. Más despierta que nunca.